24 may 2025

Visiones de la educación y el futuro en Iberoamérica (una entrevista)

Reproduzco una entrevista en la revista Magisterio, de Colombia. Enlace aquí

1.  Cómo se imagina el panorama de la educación en Iberoamérica dentro de 10 años?

Viene a la mente ese aforismo de Romain Rolland que atribuyen a Gramsci quienes no han leído ni al uno ni al otro: pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad.

 

2 ¿Cuál es el principal desafío que enfrenta la educación en la región iberoamericana en este momento?

Abordar la transformación digital de la educación no como una carga adicional que solo puede ensanchar la brecha, sino como una oportunidad para encontrar atajos seguros e inteligentes

 

3. ¿Qué rol juega la tecnología en la educación actual, especialmente la Inteligencia Artificial?

Excepto los alumnos y profesores desnudos, que no es su estado, todo lo que hay en la escuela es tecnología: el lenguaje, la escritura, el libro, la pizarra… La novedad es que la tecnología digital ya inunda el exterior, tiene una potencia mucho mayor para manejar la información y aprender con ella (sin ser la única vía) y, con la IA, ya incluso dialoga por sí misma, superando la gran carencia de la escritura que ya señaló Sócrates

Magisterio 125, 2025, portada

 

4. Qué tan amenazado por las nuevas tecnologías está el trabajo docente en un horizonte de mediano plazo?(10 años)

No hay amenaza ninguna para el docente. Sólo para el docente que no sepa ni aprenda a utilizar la tecnología digital y la IA, como entre los siglos XVI y XIX la hubo para los que no sabían leer o escribir.

 

5 ¿Qué innovaciones educativas considera más prometedoras para mejorar la calidad de la educación?

La IA generativa en colaboración con el alumno y la analítica de datos, con una visualización adecuada, a disposición del profesor.

 

6 ¿Qué habilidades deben desarrollar los estudiantes para enfrentar los desafíos del siglo XXI?

En los términos más generales deben aprender a aprender (lo cual se hace aprendiendo y tomando conciencia del proceso). En términos más específicos deben familiarizarse con las sucesivas capas del progreso informacional humano: el lenguaje y la conversación, la lectura y la escritura, los medios audiovisuales, el ecosistema digital. Y una heurística que distinga el conocimiento de la cháchara.

 

7 ¿Qué características debe tener un docente del siglo XXI?

Elegiré sólo una: la conciencia de que debe seguir aprendiendo, que su público no es simplemente ignorante y que el objetivo es el aprendizaje, mientras que la enseñanza es sólo un medio. El docente debe ser el diseñador y organizador de entornos, situaciones, experiencias, actividades, trayectos de aprendizaje.

 

8 ¿Cómo se puede mejorar la formación inicial y continua de los docentes?

Reforzando el contenido científico y el grado de exigencia de la formación inicial; con un proceso más articulado, largo y selectivo de iniciación (inducción, prácticas), organizado por la profesión y los empleadores públicos y privados (no por la universidad, ni las normales); y la continua debe ser desrutinizada, ajustada a las necesidades y demandas sobre el terreno y vinculada a la carrera.

 

 9 ¿Qué políticas educativas considera prioritarias para abordar los desafíos actuales?

En el contexto de Iberoamérica, la transformación digital y la potenciación del profesorado deben ser los principales instrumentos para cualquier objetivo, porque otras vías serían más de lo mismo, o la tortuga persiguiendo a Aquiles (y no al revés).

 

10 ¿Cómo se puede garantizar la equidad y la inclusión en la educación?

No se puede; no, al menos, como normalmente se entiende. Hagamos lo que hagamos, mientras unos sectores sociales querrán incorporarse vía la educación, otros querrán distanciarse por medio de ella, y lo harán. La educación no debe prometer lo que no puede traer: igualdad, equidad o justicia sociales. Debe ser equitativa e inclusiva con lo que está en su mano, que es la educación misma, y que su carencia no sea la primera puerta infranqueable. Pero la sociedad tiene otras puertas y otros muchos problemas y se necesitan otros muchos instrumentos.

 

11 ¿Qué papel juega la participación ciudadana en la toma de decisiones educativas?

Más bien escaso, y los primeros responsables somos los profesores. Invocamos a la comunidad educativa cuando se alinea con nuestros intereses, que tendemos a confundir con los de la sociedad, pero dejamos al público fuera tan pronto muestra intereses propios. Y no debería ser así, no solo por un prurito moral sino porque, a menudo, las familias saben más del mundo que espera a sus hijos que los profesores, o al menos tienen una visión más próxima y realista del mismo.

 

12 ¿Qué papel juega la educación en la lucha contra el cambio climático?

Lo mejor es el retrato

Es importante que la escuela dé ejemplo y que lo explique: cómo y por qué. Pero también que no sature ni caiga en el postureo, porque toda acción que se vive como impuesta o insincera provoca una reacción opuesta.

 

13 ¿Qué criterios deberíamos tener en cuenta para evaluar la calidad de la educación de manera efectiva?

Vamos aprendiendo a evaluar competencias, que también requieren una base de conocimientos, en vez de la memorización o ejercicios rutinarios. Tenemos que evaluar también el desempeño de la función escolar latente: el cuidado de los menores. Debemos encuadrar toda evaluación en un marco más amplio de transparencia. Y debemos saber aprovecharla para la mejora.

 

14 ¿Qué retos y oportunidades ve para la educación en los próximos 5-10 años?

Ambos se resumen en la transformación digital. El mundo  es otro, y ése es el reto; los medios potencialmente a disposición, también, y ésa es la oportunidad.

 

15 ¿Qué mensaje le diría a los maestros y maestras para mejorar la educación en la región iberoamericana?

Del origen de la escolarización a hoy, ustedes han venido siendo lo mismo, o casi, mientras la sociedad avanzaba. Ahora llega el desafío de formar para otra era; con ello, el magisterio tiene ya algo más que una función, tiene una misión. Como escribió Machado, o hizo decir a Juan de Mairena: es fácil estar au dessus de la melée; lo difícil es estar a la altura de las circunstancias.





17 may 2025

Tecnología y educación: Entre el pánico moral y la misión institucional

Tribuna publicada en El País, 10/3/24

A finales de julio pasado la UNESCO publicó su informe de seguimiento global de la educación, GEM 2023, cuyo título tradujo primero como Tecnología en la educación: ¿una herramienta en qué términos? Al día siguiente diversos titulares le atribuían la propuesta prohibir los móviles en las aulas… que no aparecía ni una sola vez en el informe, ni en declaraciones de la agencia. Aquí, ABC, LaMarea o Euronews, entre otros, y fuera The Times, The Independent y The Guardian, nada menos. Sí se discutían, por supuesto, ventajas e inconvenientes, promesas y los riesgos, con un tono más bien crítico, incluso hostil (en inglés era más agresivo: …on whose terms?, ¿...en los términos de quién?), y datos de una veintena de países con normas legales o reglas institucionales prohibitivas o casi (una lista que no encabezaría ningún otro palmarés).

En octubre La Vanguardia, el HuffPost, Magisnet, La Razón, El Periódico, Tele5 y otros medios se hacían eco de una encuesta de la Associació Catalana de Llars d’Infants (infantil privada), según la cual el uso de las pantallas provoca estragos en los niños de 0-3 años (la prueba de la causalidad sería que, si se dejan las pantallas… ¡en dos semanas desaparecen!).. La “encuesta”, nacida de una conversación entre directores y artesanal por por decirlo suavemente, preguntaba si se percibía retraso en el lenguaje, aislamiento social, dificultades para relacionarse, alteraciones en la alimentación o el sueño, desarrollo psicomotriz y otros problemas, incluido si las familias sospechaban de autismo provocado por las pantallas (inevitable recordar otro delirio, el que lo atribuye a las vacunas). Una mera noa de prensa no publicada, sin cuestionario, ni ficha técnica, ni resultados, formada por una hoja con una decena de preguntas sí/no dirigida alas guarderías de la asociación, respondida por la mitad, y plasmada en hoja y media de gráficos con los resultados (es lo que recibí, tras no poder encontrarla y pedírsela a la Asociación, a la que agradezco el gesto); suficiente para algunos medios ávidos de otra catástrofe. Este diario no la recogió como noticia, creo, pero sí una tribuna que la citaba ampliamente, incluidas las milagrosas curaciones, como parte de la “evidencia científica” a favor de la prohibición escolar. La cite quien la cite, el valor probatorio de esa encuesta es cero –pero es un interesante caso de blanqueo de una nadería que escala así a nota de prensa, noticia esperada y, en fin, parte de la evidencia, todo a lomos de la alarma social, cuando como mucho sería un indicio anecdótico para que alguien pensara en hacer una investigación algo más solvente.

Pero es que el ruido ya era mucho, gracias también a otras contribuciones: los falsos desnudos de Almendralejo, el chat en WhatsApp de Poblenou o el inefable Michel Desmurget avisando de que los móviles (antes era la televisión) están inundando el mundo de cretinos. Alertado, el Ministerio de Educación lanzaba en diciembre una propuesta abolicionista que pronto sería asumida, con ligeras variantes, por la mayoría de las consejerías y consejos escolares autonómicos (también el nacional): prohibición general del móvil en educación infantil y primaria; lo mismo, por defecto y salvo iniciativa y bajo la responsabilidad del profesor, en la secundaria común y obligatoria; y a criterio del centro en la secundaria superior, post-obligatoria.

Es de rigor señalar el reiterado énfasis ministerial, por encima de la invocación ritual de los problemas asociados a móviles y redes, en responder a una preocupación y una inquietud sociales. No es el primer episodio de pánico moral ligado a alguna nueva tecnología de la comunicación. Es ya un tópico la desconfianza de Sócrates hacia la escritura, pero también la imprenta, que trajo el paraíso lector y escolar cuya pérdida tanto se teme ahora, fue estrictamente prohibida medio milenio en el mundo islámico, capada por el Índice de libros prohibidos en el católico, causa de amplia preocupación por los demasiados libros entre muchos ilustrados, motivo de pavor ante la corrupción de las mujeres por la literatura romántica e incluso culpable de provocar suicidios adolescentes (el efecto Werther, una mera leyenda urbana). Después vendría el turno de la radio, el cine, la televisión y la música juvenil (enemigos más lejanos, que solo entraron marginalmente en la escuela), y cabe recordar que, ya en este siglo, hubo cierta histeria ante una supuesta oleada de cáncer por las antenas de telefonía, con litigios y movilizaciones por algunas cercanas a centros escolares (hasta la OMS, la UE y el Consejo de Europa se apuntaron, pero no ha habido prueba alguna en un cuarto de siglo y ya es solo historia; también se les atribuyeron dificultades con el sueño, la alimentación y la capacidad de concentración entre el alumnado, dicho sea de paso).

En el móvil, ciertamente, cabe todo, pero eso no es tan nuevo. En el diálogo ya cabían los sofistas además de Sócrates, como hoy los energúmenos en las tertulias. La escritura sirvió sin distinción a las religiones, al comercio, al Estado, a la literatura.  La imprenta reprodujo la Biblia, Cervantes y Shakespeare, pero también Mein Kampf, el Pequeño Libro Rojo y un sinfín de basura. Los audiovisuales han hecho de casi todo. Lo fascinante y abrumador del artilugio digital, sea ordenador, tableta o móvil, es que en él cabe todo eso y más, porque es el metamedio, el medio de todos los medios, los que hay y los que vendrán,y él mismo cabe en el bolsillo. Pero la omnipresencia del artilugio no es ninguna conspiración diabólica, ni de las Big Tech, sino la faceta material más obvia del hecho de que, a todos los efectos, vivimos en un nuevo ecosistema informacional.

Está fuera de duda que los móviles pueden distraer y perturbar a propios y ajenos, dar acceso a aplicaciones diseñadas para enviciar (en particular las redes virtuales o medios sociales, pero hablar de adicción es de todo punto excesivo), para viralizar información manipulada o simplemente inadecuada (pero también ponerla toda al alcance), para potenciar los riesgos asociados a tantos conciliábulos y tribus adolescentes o no, etc. Es razonable, pues, vetarlos en ciertos contextos y actividades y limitarlos en otros; o sea, regularlos. También lo es hacerlo más específicamente para los menores con restricciones y ajustes en infraestructuras, dispositivos o aplicaciones. Pero prohibirlos es otra historia.

El primer motivo es más que obvio. Ya no vivimos en la galaxia Gutenberg, sino en la de internet, y la escuela no es una simple actividad ocasional, sino la institución que encuadra de manera universal, obligatoria, prolongada, prevalente y penetrante a los menores. Su misión es formarlos para el mundo que ya los rodea fuera de ella y que les espera a su término, que ya es más digital que impreso, y no ha hecho más que comenzar. Esta preparación requiere medios humanos, organizativos y tecnológicos, y el principal de estos es y seguirá siendo, hasta donde la vista alcanza, un artilugio digital, la trinidad formada por dispositivo (personal), software (metamedio) y conectividad (ubicua). En casa o en la oficina, la variante óptima es el ordenador de mesa; para el trabajo fuera de ellas y en el aula, el portátil; para mayor movilidad, menor edad o recursos más visuales (incluidos gráficos y tablas), tal vez la tableta; para leer un libro –fantástico invento que muchos confunden con el códice–, nada como un lector de tinta electrónica (digan lo que digan los esnobs del papel); y, para lo más ocasional e imprevisto, pues el móvil inteligente.

Pero no muchos pueden contar con cinco dispositivos y en buen estado. El objetivo 1x1 (cada alumno su dispositivo), es viejo, pero sigue lejos: según las últimas cifras del Ministerio, había, en las enseñanzas de régimen general (3-18 años), 2,5 alumnos (2,8 en los centros públicos) por cada ordenador “dedicado a la enseñanza (ojo: al profesor) y el aprendizaje”, y vamos a suponer que en condiciones. Los móviles no entraron en las aulas solo por ósmosis, sino porque la generalidad de los adolescentes disponía de alguno, pero no de dispositivos más potentes y adecuados (de ahí el lema BYOD, acrónimo en inglés de Trae Tu Propio Dispositivo), algo que ratificó el confinamiento, cuando tanto ordenador familiar hubo de servir para todo y a todos. La ironía es que prohibir el dispositivo más económico abre una brecha entre quienes tienen otro mejor y propio y quienes no, o entre los centros bien equipados y los no tanto.

Por supuesto que hay un problema de atención que se agrava, pero es viejo. La obligatoriedad escolar se justificó por el bien de la infancia y contra su explotación, pero también va contra el rechazo, que siempre ha existido. Frente al exterior se elevaron las ventanas sobre la vista desde el pupitre; contra las musarañas estaban la pregunta por sorpresa, pasar el testigo de una lectura en voz alta y otros trucos del librillo; y, contra todo, una vigilancia panóptica, pupitres alineados, silencio mandatorio, el cero en conducta o la mala nota. En un mundo hipercomunicado, conectado e informado, ni la escasez ni la sorpresa van ya a suscitar la atención, que requiere interés a corto plazo o apoyarse en la fe a largo.

La pantalla como canguro familiar es una pésima opción, pero las aplicaciones que acompañan la primera lectura, la caligrafía o la ortografía pueden ser de gran ayuda ya en la infancia; programas y libros de texto tal vez ofrezcan el contenido y el recorrido más adecuados, pero cada día cuenta menos transmitir una información a la que no habría otro acceso y más, enseñar a orientarse y aprender entre la avalancha informacional; la inteligencia artificial trae tantos riesgos como promesas, pero servirá a quien la entienda y zarandeará o dejará en la cuneta a quien no. El equipamiento actual de los centros no permite prescindir sin más de los móviles; el aprendizaje escolar puede ampliarse a contextos y actividades distintos del aula que requieran ese formato tecnológico; muchas familias (y más con la eterna presión docente por la jornada intensiva matinal y la consiguiente proliferación de niños-llave) tienen buenos motivos para querer a sus menores accesibles, y ni un Estado protector ni otras familias moralizantes deben intervenir ahí. Las tecnologías capacitivas no paran de crecer, y los asistentes de aprendizaje ya lo están haciendo, y van a ir mas rápido que el equipamiento institucional y, me temo, que la capacitación docente. La “flexibilidad” no puede limitarse a las “excepciones” (para los alumnos) o las “iniciativas” del profesor, porque, si bien el móvil cabe en un bolsillo, el buen uso de la tecnología no es como sacar los recortables o traerlos de casa y demanda otra escala, en concreto proyectos de centro, por más que se diversifiquen por edades, ciclos, áreas, actividades y más.

Se puede entender la resaca tras la tan exigente como frustrante enseñanza remota en el confinamiento; la reacción que –tercera ley de Newton– sigue a toda acción, que con objetos sensibles como los menores y la escuela deriva, fácilmente, en sobreactuación, pero lo que hace falta es proyectos educativos que aborden integralmente el aprendizaje, la alfabetización y la ciudadanía digitales; la espantada no es una opción. No viene mal, aunque sea bajo la impresión de la desescolarización en pandemia y de variados incidentes en el ámbito escolar, una revalorización de la función de cuidado y custodia de la escuela, que tendía a esfumarse tras una visión sesgada de la dignificación profesional del docente, pero la tarea es otra. El valor principal del sistema escolar desplegado en siglos XIX y XX no se redujo a cuidar a los menores, y menos a apartarlos del nuevo ecosistema informacional que a tantos alarmaba: la imprenta que prohibió el islam, la multitud de libros que desasosegaba a Lutero, el cuarto poder al que temían conservadores como Carlyle y Burke, la autoinstrucción de las clases peligrosas entre ambos siglos, etc. Residió, al contrario, en prepararlos para incorporarse y conquistar su ciudadanía en él, lo que pocas familias habrían podido hacer por sí mismas. Hoy, la transformación digital que vivimos es más rápida, más amplia y más profunda, pero contamos con un potente sistema escolar; resta por ver si va a ser el instrumento social para gestionar el cambio o, como el teclado qwerty, una solución de ayer convertida en un problema hoy. Desterrar sin más los móviles de la adolescencia y la escuela es una fórmula fácil y simple sobre el papel, pero difícil y dudosa en la práctica, que evitaría los retos al coste de renunciar a las oportunidades, de eficacia securitaria muy discutible y valor educativo obviamente nulo.

Los niños nacen y crecen todos los días, y la transformación digital es ubicua y exponencial. Las familias los acompañan, pero no tienen el mismo bagaje ni condiciones para aprender, y ahí es donde debe intervenir la escuela, como en su día lo hizo para y con la alfabetización. Debe ser el entorno institucional adecuado, el más seguro y mejor equipado, para aprender a controlar(se) y a utilizar (bien) la tecnología en que vivimos inmersos. UNESCO pregunta en qué términos, y la respuesta no puede ser otra que en los que conviene al alumnado dentro y fuera del espacio escolar, en el presente y en el futuro, en el aprendizaje y en la vida. Decía Machado que es fácil estar au dessus de la melée (o a resguardo de ella, en el santuario escolar u otro, añadiría yo, si es que fuera posible); lo difícil es estar a la altura de las circunstancias. Esta es hoy la misión de la institución y de la profesión, de la escuela y del profesorado.

11 may 2025

La escuela será digital o no será, así que manos a la obra


Iberoamérica presenta un panorama educativo tan amplio y dispar como su realidad económica, social y cultural. No es baladí que acoja una variedad que va del neolítico a la hipermodernidad, ni que las desigualdades económicas y educativas se encuentren entre las mayores del mundo. Esto hace que en el ámbito educativo se concentren hoy problemas originados en cuatro de las cinco grandes olas que desde la prehistoria han transformado el aprendizaje y la comunicación. Se encuentran así los propios de la adopción de la escritura con los que trae la revolución digital, pero también nuevas capacidades y oportunidades ante las viejas necesidades. La pregunta es si esta superposición de la prehistoria con la historia y hasta la hiperhistoria ha de verse como una acumulación de problemas ya intratable, una desafortunada concurrencia en la que medios escasos obligarían a priorizar, incluso a triar, o una oportunidad nueva y mejor de afrontar los problemas pasados, presentes y futuros. 

Educar es acompañar y apoyar de manera consciente, sistemática y efectiva el aprendizaje, como hacen los padres con los hijos, los adultos con los niños o los maestros con los alumnos. Lenguaje y hominización son dos caras del mismo proceso, y el lenguaje es instrumento y resultado de la educación, nace y crece con ella. La modernización, con el paso de familias amplias y comunidades pequeñas a lo contrario, las oleadas de nuevos medios y las nuevas formas familiares, entre otros procesos, sacude sin pausa la educación no institucionalizada, pero esto queda aquí fuera de nuestro foco. 



Más próximo a nuestro campo de interés es el legado de la segunda gran transformación informacional y educacional: la escritura y su aprendizaje escolar. Pocos pueblos indígenas americanos desarrollaron por sí alguna forma de escritura, si bien fueron los más numerosos. Los que lo hicieron crearon, como en otros lugares, escrituras pictográficas, ideográficas o jeroglíficas, solo excepcional y marginalmente fonéticas, pero no alfabéticas, ni siquiera silábicas. Esto pudo dar lugar a la aparición de escuelas o proto escuelas, es decir, a la institucionalización del aprendizaje del oficio o el privilegio de leer escribir por una minoría. Ha sido por imperativo de supervivencia que parte de estas lenguas han llegado, después de la colonización, a su transcripción alfabética, acceso tardío que pesa, hoy, sobre los proyectos de educación multicultural. 

En contraste, América toda estaba ya en la historia cuando el desarrollo de la imprenta de tipos móviles hizo posible y necesario el despliegue del sistema escolar, es decir, la escolarización de masas, de vocación universal, que arrancaría en el siglo XIX. Algunos países, particularmente en el Cono Sur, fueron vanguardia no solo regional sino global en ello. No hace falta recordar, por cierto, el importante papel político de educadores como Sarmiento, Vasconcelos, Mistral o Mariátegui. Sin embargo, esta transformación fue siempre lenta, dolorosa y, a menudo, incompleta. Todavía hoy un porcentaje no desdeñable de la infancia no recorre toda la escolaridad primaria, no la culmina con éxito o no obtiene de ella las competencias previstas. 

El siglo XX vio la cuarta gran transformación educativa: la generalización y progresiva y parcial unificación de la enseñanza secundaria, que se solapó con el despliegue de los medios electrónicos de comunicación de masas, pero esta vez dándose la espalda o en abierta hostilidad. Esta transformación ha representado un gran avance educativo, así como un apoyo al desarrollo, pero también ha sido fuente de problemas en todo el mundo: universalización inacabada, fracaso escolar, desigualdades sociales, sesgos de orientación, abandono prematuro, desapego y rechazo adolescente, expectativas educacionales y laborales insatisfechas, descontento profesional y social, etc. Llegados aquí, lo distintivo de Iberoamérica ha sido, si acaso, una notable brecha en las oportunidades de clase, étnicas o territoriales, tanto a escala nacional como regional. 

El cambio de milenio, entre finales del XX y comienzos del XXI, viene marcado por la quinta gran transformación: digital. En el lapso de una generación o poco más están fructificando, multiplicándose y llenando la tierra la microinformática personal, la internet, la web 2.0, los dispositivos móviles, la conectividad ubicua, las redes sociales, la realidad virtual, la internet de las cosas y, ahora, la inteligencia artificial. Está fuera de duda la pertinencia de la tecnología digital para el aprendizaje, la educación y la escuela, pero queda mucho por hacer en el diseño adecuado de las herramientas para ello. En el periodo más reciente, apenas tres años, se han sucedido el confinamiento por la pandemia y la irrupción de la inteligencia artificial generativa (IAG). La COVID-19 y ChatGPT han revelado el atraso digital de la escuela, su divorcio respecto de la sociedad, su disparidad interna (entre e intra centros y sistemas) y la escasa preparación del profesorado; pero también la espectacular y creciente capacidad de la trinidad digital: hardware, software y conectividad, para adentrarse en el aprendizaje, la enseñanza y la escuela con creciente ventaja sobre el viejo ecosistema del aula-huevera, el libro de texto, la lección frontal, el aprendizaje simultáneo, las parrillas horarias, la evaluación contra un listón y el procesamiento por lotes. 

La cuestión hoy, y más en Iberoamérica, es si este desafío es un problema añadido, de alto coste, que va a agravar las dificultades financieras y las desigualdades educativas, o si puede y debe ser la oportunidad de afrontar objetivos y problemas que se habían inmunizado –si es que no eran yatrogénicos– contra los medios conocidos, los remedios habituales y las viejas políticas; la oportunidad para un salto, o saltos varios, que eviten ciertos pasos costosos y dudosos y alcancen los mismos fines, o incluso más ambiciosos, con medios mejores, más asequibles, o ambas cosas a la vez. Ejemplos de ello son cómo radio y televisión llegaron a territorios y grupos sociales a los que no lo hacían la prensa o las administraciones, a pesar de su precedencia, o cómo la telefonía móvil lo ha hecho en tiempo récord, a bajo coste y con más ventajas donde no había perspectiva de que lo hiciese por cable; en el ámbito educativo podemos recordar, como mero ejemplo, que toda una biblioteca escolar cabe ya en una memoria USB o que un dispositivo con todos los libros de una etapa escolar incluidos es mucho más barato, y menos limitado, que estos en papel. 


Pero la tecnología digital no para de perfeccionar otras prestaciones que el almacenamiento de información.
La IA, en concreto, se postula hoy capaz de aportar al alumno (y al profesor) lo que ninguna tecnología anterior, ni digital ni otra, había podido: interacción y adaptatividad sin límites, de bajo coste y de calidad notable. ChatGPT no es tan sabio como Sócrates, pero, con limitaciones que debería poder compensar cualquier docente, lo bastante para un alumno como tal y a un nivel suficiente para la escuela; por lo demás, seguirá mejorando y pronto habrá pronto más donde elegir (Bard está a las puertas; GPT-5, más potente, llegará en un año; Microsoft trabaja en Orca, un pequeño modelo que requiere menos potencia y datos porque aprende de los resultados y procesos de ChatGPT, etc.). 
 

La educaciónal menos la institucionalizada– busca un aprendizaje orientado, no al azar ni a capricho, aunque a la vez se quiera libre, abierto y con miras al futuro. La IAG, que hoy representa el estado del arte y llama con fuerza a la puerta de la escuela, surge de modelos masivos de lenguaje que no ofrecen sino un brillante refrito de lo que se les ha hecho ingerir. Dejando de lado otros sesgos repetidamente señalados en el debate sobre la IA, para Iberoamérica es relevante que estos modelos hayan sido preentrenados, entrenados y afinados de manera muy predominante en la lengua y la cultura anglosajonas (o, peor, bajo el filtro autoritario chino). 

De todo ello derivan imperativos adicionales. Primero, reentrenar y ajustar esos modelos para el contexto cultural propio, tarea ciclópea, si no inalcanzable, para una empresa, un sistema o un país de la región, pero al alcance del esfuerzo común de una veintena larga de países que, juntos, superan la décima parte de la población mundial y se comunican en la segunda y la sexta lenguas con más hablantes nativos (de gran proximidad léxica, etimológica, morfológica y sintáctica). Segundo, acercar el diseño de la tecnología digital, particularmente en su interfaz de usuario, a la especificidad y diversidad de las poblaciones y grupos sociales objetivo. Tercero, un esfuerzo especial de capacitación del profesorado, competencia digital incluida, desde el diagnóstico y reconocimiento de los déficits actuales (y no hablo de contingentes ni de ratios, sino de desarrollo profesional) hasta situarse a la altura de la tarea. 

Empeño en el que una entidad como la OEI podría jugar un papel no solo dinamizador o mediador, sino organizador, asumiendo directamente la tarea, con la colaboración de los gobiernos, o impulsando la creación de una agencia, fundación u otra fórmula regional adecuada, para abordar a escala el impulso en desarrollo tecnológico y diseño pedagógico que requiere la insoslayable e inaplazable transformación digital de la educación, con objetivos como la recopilación y curación de recursos abiertos, el desarrollo de plataformas potentes de apoyo o la adopción y adaptación de la inteligencia artificial.